martes, 4 de diciembre de 2012

Prólogo

Conjuro y Salvación
Una lectura de Ese Oscuro Dolor

            Si tuviese que indicar un punto de partida sobre una línea a la que llamásemos  <<lectura de un poema>> y contáramos con la percepción – sea esta intuitiva o sensible – y el intelecto, como instrumentos para medir el desplazamiento desde el punto dado hasta otro punto, que podría ser: <<adecuada>>; o bien <<inadecuada>>; diría que la ubicación de ese punto inicial, contiene mucho de arbitraria; toda vez que estimo que un poema <<auténtico>> no puede ser leído de una sola forma y; mucho menos, adecuada e inadecuadamente. Una lectura o interpretación no puede agotarlo; sin embargo, sí  me parece que existen lecturas que desvelan un sentido más cercano que el que otras otorgan al acto poético. Pero ello sólo puede constatarse una vez que el ejercicio de lectura y asimilación del poema ha concluido e iniciado el de decir o escribir el sentido. El poema es remanente de una experiencia; pero, entidad conformada. Por palabras contenedor y; de forma simultánea, por palabras, único testimonio para acudir a aquello que contiene.
            Una lectura es aproximación y no co-incidencia, entendida esta última como acaecimiento de dos cosas en un mismo lugar y tiempo. El poema se conforma en un momento concreto y, durante dicho acto de conformación a través de la palabra, es cuando lo que se dice o se escribe es poblado por el sentido, no antes. Digamos que al escribir se inventa. Se inventa aquello que no existe. Esto es lo que tengo por acto poético; y así, su resultado es lo que llamo poema <<auténtico>>. De este modo el poema se vuelve real en un momento previo a aquel en que un lector se hace del mismo; pero paradójicamente es este poema como entidad, el único vehículo que permitirá un acercamiento a aquello experimentado por el autor y; además, será causa de una vivencia distinta a aquella que le dio origen; y no por ello, menos <<perceptible>> por quien leyendo la experimenta. El poema entonces, es esa realidad que conteniendo los elementos que le dieron origen – como el agua – adquiere el color del recipiente que la contiene; en este caso, del lector que lo posee.
            No es este un argumento que pretenda descalificar un trabajo de lectura o interpretación del poema, por el contrario, es muy importante la tarea de leer y releer para después decir y escribir lo leído, buscando la aproximación a lo que he referido como sentido auténtico del poema y así del acto poético. Porque de esa forma se pueden ir alcanzando lecturas cada vez más vastas. Afirmar que la imposibilidad de desentrañar el sentido es razón suficiente para no intentarlo, porque estamos predestinados a no lograrlo, sería una apostura muy pobre; ya que nos privaría de la posibilidad de conocer perspectivas sobre el poema. Pero sobre todo, porque impediría el establecimiento de un distancia crítica – no sólo del lector sino del propio autor – del texto que impida caer en la autocomplacencia. Situación ésta última que resulta estéril y rehúye un proceso de exploración de un mundo material y emocional asimilable al menos de forma parcial. El poema es un ejercicio que posee intencionalidad de captar y fijar la experiencia a través del lenguaje. Ello exige capacidad crítica, del que escribe para constatar si ha logrado la fijación de la experiencia sensible y del que lee para acudir al sentido contenido en el mismo.
            Con apoyo en lo anterior, quiero proponer una lectura del poema <<Ese Oscuro Dolor>> de Lauro Acevedo; la cual no agota ni desentraña el sentido último del poema, pero permite enunciar algunos elementos para la aproximación al texto.
            El título anuncia una carga concreta de valor negativo, al ser esas las palabras que lo conforman: la oscuridad y el dolor; sin embargo, al ser un período sin conjunción el dolor adquiere tonalidad, lo cual nos permite incorporarlo al plano visual como elemento a ser considerado en el resto del poema. El epígrafe también contribuye a esta valoración, pero va todavía más lejos, habla del acto simbólico – el conjuro – que pretende dar fin al dolor y, de cómo aún en presencia de estos actos la luz se agota, se extingue, dejándonos en el frío “A pesar de todos los conjuros (…)”. Lo que me interesa destacar del epígrafe es precisamente <<el cómo>> la oscuridad llega aún a pesar de todos los esfuerzos simbólicos y reales que se hagan. Un conjuro es justamente eso: un acto simbólico en el que colocamos nuestra angustia y asumimos que una vez pronunciado, una vez llevado a cabo dicho acto simbólico; aquello que nos causa daño, que nos hiere, la causa misma de la angustia, desaparecerá. El poema se erige como conjuro, acto que se celebrará para tratar de cerrar la herida; pero existe una premonición incluso a pesar de ello, el frío hará presa de nosotros. Certeza amarga del mago que superado por una fuerza más contundente que su poder, aferra su fe a la única capacidad que sabe que posee: su magia. Se eleva una plegaria en ruinas.
            El primer verso, “Al final del horizonte” es una ineludible referencia a lo inalcanzable, el horizonte implica en sí mismo distancia. Para mantener su condición de horizonte debe siempre haber distancia, doblemente imposible al ser <<al final>> no como objetivo sino como referencia de finitud. No se trata de la superficie tanto como de la profundidad que se abre, de la brecha oscura, lo inasible.
            El sol, como opuesto a la oscuridad, como casa; pero casa que en un plano evocativo se materializa, se vuelve hogar pero en llamas se consume. Hay una puerta, umbral que nos permitirá ver que hay en el interior de la casa, pero es sinónimo de lamento, también arde, se consume motivo de su propio ser, de su esplendor. Fascinación y confusión. El ojo testigo del esplendor ahora acude de forma involuntaria e inevitable a la ausencia, la pérdida del mismo.
            Es a partir del segundo fragmento donde se confirma la existencia de dos planos que continuamente y por el resto del poema alternarán “(…) nos deja el día/ como un amante/ exhaustos/ encendidos en la última caricia/ asidos al reciente dolor (…)”. Ausencia a partir de un acto finito, la conclusión del esplendor del día, acto que permite la presencia evocativa y metafórica del amante que como tal termina un acto que os deja agotados y al tiempo ardiendo, pero como ya hemos señalado: el fuego como plenitud y acto que consume y de nuevo nos lleva a la herida, resultado de lo que se ha consumido.
            La relación entre los elementos que se encuentran en un plano que podría denominarse <<inmediato>> o <<físico>>, tal como la percepción que se tiene del día, del sol en plenitud que decae, se vuelve atardecer hasta que se extingue, el plano <<imaginativo>> en el que se permite la equiparación del sol como una casa, marca la línea de un tercer plano: <<el poema mismo>>, alternando con la referencia al sol como estrella luminosa o bien como la casa.
            El sol-casa se ha ido, ahora la ausencia-oscuridad reina…en el interior una mesa que vibra y cristales que aún recuerdan restos de luz.
            Aún así la carga emotiva predomina, en el exterior: hay remolinos de arena que se extinguen, mejor, dicha arena que es derrumbada: “(…) luego? cae/ derruida/ por el silencio (…)”, y la ausencia de voz es quien emerge, es decir el silencio que además es oscuro, es líquido y como tal cala los huesos, es soledad “(…) un invierno/ sin el calor/ de la amorosa presencia (…)” y en ese espacio hueco en el cual la presencia toma forma, pero inmaterial, es fantasma o bruma. La presencia en plano evocativo, esa falta del ser amado que transcurre durante el poema, es la expresión de una memoria que no puede restituir las cosas a su estado originario, pero que intenta salvarlas de algún modo, es el conjuro, un tiempo en ruinas; porque el único tiempo en plenitud fue aquel que ya se ha ido, aquél en el que se contaba con la presencia corpórea del otro.
            Pero eventualmente el yo poético comienza a adquirir conciencia de sí, de que aún hay vida dentro de esa desolación y de que él mismo la constituye: “Se escucha de cerca/ bajo la arena/ la música roja/ del corazón (…) y así en medio de las ruinas se comienza una nueva edificación, se construye de nuevo y el silencio se interrumpe: “El caracol trae/ otra vez/ el eco de la casa (…)” esa casa que envuelta en la oscuridad y silencio conservó aunque fragmentariamente luz, incubó en su interior hasta que se rasgó la tela del sonido, el germen que traerá el nuevo amanecer y en la casa hay sonido aunque sea sólo un eco, ya no hay silencio.
            Esta nueva conformación no es la restitución de aquello perdido, es la esperanza de un nuevo comienzo, pero con elementos distintos que quizá sólo conservan algo de lo perdido, no hay certeza total de lo que habrá de venir, hay ambigüedad, no así oscuridad. No hay algo cierto, pero el oscuro absoluto, el silencio total tampoco están ya presentes, queda la posibilidad de volver al dolor, a las ruinas, al polvo o quizá a una forma distinta de ruinas: <<Las de la espera>>, pero que no implica pérdida tanto como añoranza de que <<algo>> suceda.

Basilio A. Martínez Villa

Salamanca, España a 31 de mayo de 2002.

En ACEVEDO. Lauro, Ese Oscuro Dolor (2002) Ediciones Odra. México.

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