UNA ENCOMIENDA ELEVADA...
Estimado profesor:
Él deberá aprender que no todos los hombres son
justos, no todos son sinceros. Pero enséñele también que por cada bribón hay un
héroe, que por cada político egoísta hay también un líder generoso.
Enséñele que por cada enemigo habrá también un
amigo. Tomará tiempo, lo sé, largo tiempo, pero enséñele, si le es posible, que
vale más un dólar ganado que cinco encontrados.
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Enséñele a aprender a perder, pero también a
saber disfrutar de la victoria. Apártelo de la envidia, si le es posible,
enséñele el secreto de la risa silenciosa.
Enséñele, si le es posible, la maravilla de los
libros. Pero también dele la tranquilidad para que se maraville del eterno
misterio de los pájaros en el cielo, las abejas al sol, las flores en la
pradera.
En la escuela, enséñele que es mucho más
honorable reprobar que hacer trampa.
Enséñele a ser amable con la gente amable y
duro con los duros.
Enséñele a escuchar a todos los hombres…pero
enséñele también a filtrar todo lo que escucha a través del manto de la verdad
y tomar sólo aquello bueno que lo atraviese.
Enséñele, si le es posible, como reír cuando
esté triste. Enséñele que no hay vergüenza en la lágrima.
Enséñele a ofertar su fuerza física y su
cerebro al mejor postor, pero a nunca poner precio a su corazón y a su alma.
Enséñele amablemente pero no lo consienta,
porque sólo el fuego forja al acero fino.
Enséñele siempre a tener fe sublime en sí mismo
porque así él tendrá algo de fe sublime en la humanidad.
Éstas son encomiendas elevadas, pero vea lo que
puede hacer.
Es tan buen muchacho, mi hijo…
Abraham Lincoln: Carta al Profesor de su hijo. (1830)
Traducción: Basilio A. Martínez
Villa.

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