Cisne que
estremece con su canto:
Frontera de
la voluntad
Hanni Ossott
(1946-2002)
Por Basilio
A. Martínez Villa
Moleis
en los molinos de la muerte, la blanca harina de la promesa.
Paul Celan: Tardío y
Profundo
La Poeta Venezolana Hanni Ossott
pertenece a la generación de autores de este país contextualizados por Yolanda
Pantín y Ana Teresa Torres, como perteneciente a la década de los setentas. En
ese período – acorde a estás autoras – la actividad poética en Venezuela se
destacan dos tipos de reacciones primordiales i) aquellas que trascienden los
límites del Yo privado, puestas de manifiesto en poemas de factura breve; o
bien, en poemas llenos de significaciones con cierto hermetismo y privilegiando
los elementos de la palabra poética y; ii) las que se dedican a la consagración
de lo propio femenino; es decir, la búsqueda de una identidad fuera de lo que
denominan falogocentrísmo.
Sitúan así a Ossott dentro de la
primera reacción; toda vez que su forma de expresarse es líricamente elevada y
con alto contenido existencial. Poesía en la que predomina el miedo; el haber
sido lastimada en y por la vida; un posicionamiento desde la negación; la
disolución de los sentimientos y la invalidez.
En la poesía de Hanni existen altos
registros referidos al abandono de Dios y de una genealogía altamente femenina.
Siempre está presente el reclamo amoroso al otro y el desprecio por aquellos
que ejercen la fuerza o coacción en su contra de diferentes formas.
El presente comentario a la poesía
de esta autora Venezolana se realizará a partir de tres de sus textos incluidos
en El Hilo de la Voz: Antología Crítica de
escritoras Venezolanas del siglo XX. (Venezuela: Fundación Polar, 2003).
Trabajo a cargo de las autoras indicadas en el apartado inicial de este texto.
Los poemas sobre los que trabajaré serán: El
estanque, que pertenece al libro Casa
de Agua y Sombras (Caracas: Monte Ávila, 1992), El Libro que exigías y La
Flor Ganada a su vez pertenecientes a El
Circo Roto (Caracas: Monte Ávila, 1996). El orden que se seguirá el
comentario será el que se consigna; toda vez que así aparece en la antología
referida, aunque se debe precisar que si bien los dos últimos poemas que se
comentan han sido publicados en 1996, fueron escritos en 1991, un año antes del
primer poema que se comentará.
La pretensión de este texto no es
otra que efectuar una serie de reflexiones a partir de los poemas que
presentados. Quien comenta estos textos se asume, antes que nada, como lector
de poesía. Como tal y desde esta perspectiva se abordarán, señalando aquellos
aspectos que surjan consecuencia de la experiencia de acercarse al poema. De
manera simultánea e inevitable acudiendo a los elementos a su alcance que
permitan clarificar dicha experiencia, a efecto de lograr una mejor expresión
de las ideas propias.
Antes de señalar aspectos de
contenido más detallados en los respectivos textos, se debe mencionar que en cuanto a la forma, se emplea en los poemas
el verso libre, no existe el manejo deliberado de combinaciones de versos de
cierta extensión silábica; pero ello no implica ausencia de elementos formales
predominantes. Sí se deben destacar en cambio otros elementos formales presentes
dentro del esquema de construcción de la autora; tienen un peso importante: i)
la puntuación, ii) el manejo de los espacios sobre la superficie visual, que se
traducen – al momento de leer en voz alta – en silencios, cualidad
significativa; toda vez que las pausas otorgan mucho del ritmo interno al
poema, o bien, la cadencia distintiva en los
momentos de cada uno de estos tres poemas. Por los momentos me refiero a las etapas que dentro del poema permiten
diferenciar contenidos y emociones, que al ser agrupadas en el todo, otorgan un
sentido unitario al texto.
Iniciemos con El Estanque. En este poema se perciben tres momentos esenciales,
cada uno con una significación propia, pero no necesariamente autónoma; toda
vez que cada uno constituye un aspecto complementario del poema. En un primer
momento nos dice la autora:
Mi infancia es hoy un gran estanque
donde me miro
en su fondo verde liquen
piedras alcanzadas por el musgo
peces de rara y brillante especie
El elemento esencial y obvio es la
infancia, pero ésta es una evocación y como tal constituye un reflejo. Reflejo
que es símbolo de transparencia, de pureza y profundidad; ya que en su interior
se ve fondo. El estanque, que permite a la autora verse a sí misma está además
habitado por elementos de especie rara y brillante, cualidades que son
constitutivas de su infancia, el estanque y la infancia son la misma cosa
objeto de la memoria. Pero a diferencia de Narciso,
que hubiese vivido largo tiempo sí no llegaba a conocerse a sí mismo, según
sentenció Ovidio, y al descubrir su reflejo se quedó prendido de su imagen
superficial y languideció hasta morir; en Ossott destaca todo aquello que
trasciende al mero reflejo de su imagen.
El segundo momento:
Yo hundo allí mis manos
y agito las aguas
para alcanzar una sombra
siempre evanescente
En tanto que el primero, es un momento situado en el presente, de
carácter meramente contemplativo; es decir, pasivo. En el segundo, situado en
el mismo tiempo, encontramos una acción: Las manos entran en las aguas y las
agitan, con una sola pretensión; alcanzar un objeto que en sí mismo es inasequible,
se trata de una sombra. Hay un intento fallido de asirla. Si al menos
permaneciera. Si tan sólo se conservara. Pero esta sombra posee una cualidad
adicional: se esfuma siempre; esto es, se trata de un objeto por naturaleza
inasible, que además siempre se esfuma. Hay una doble disolución, situación que
acentúa ese estado de imposibilidad.
Si bien es cierto que la voluntad y
las manos no son elementos suficientes para alcanzar esa sombra; sí otorga algo
a cambio:
El estanque me devuelve el cielo, las nubes
cielo y tierra en él se besan
confluyen.
Estos versos inauguran el tercer momento del poema, describiendo
aquello que el estanque sí otorga: un cielo y sus elementos. Vuelve esa pureza
y transparencia de la que ya hablamos. Es la infancia, la inocencia recuperada.
Otorga también el elemento opuesto del cielo: la tierra. Por contraste, otorga
lo que no es transparente, lo impuro, lo imperfecto. Pero allí – en el estanque
– ambos están en armonía.
Es este el único sitio en el que hay
una conjunción del elemento temporal y aquel que lo trasciende. El cielo y sus
nubes no son sólo elementos físicos, poseen un sentido más profundo que
armoniza con el plano temporal. ¿Estaremos acaso en presencia del elemento
espiritual?
De cierto se sabe que es la infancia
la que permite la armonía, pero no hay que olvidar que todo esto es un reflejo,
una evocación. Así llegamos a los versos complementarios de ese momento, que a
su vez son el final del poema, en los cuáles Ossott – a manera de conclusión –
dice:
Yo dibujo allí una imagen, la sueño
más
no la alcanzo.
Esa armonía, ese lienzo sobre el
cual se puede dibujar y soñar. ¿Qué objeto?¿Una sombra? Que importa. Es
inalcanzable. Es algo que ha sido negado, que está vedado, que no puede ser
apropiado. Es algo que está en otro tiempo. La ruptura queda establecida.
Algunos sueños son complementarios de la existencia real, cotidiana; en ellos,
el niño que no pudo disfrutar su golosina durante el día, la sueña y así sacia
su apetito. Éste no es el caso. Aquí estamos en presencia de un reflejo, de una
manifestación onírica que si bien nos ofrece un panorama hermoso,
paradójicamente es inalcanzable. El deseo no se sacia. El abismo permanece. La
herida continúa abierta.
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El
libro que exigías, está dedicado al esposo de la autora. Terrible motivo
para cualquier individuo salir del anonimato bajo la circunstancia descrita. Se
trata de un poema de largo aliento cargado de emociones contrapuestas. En este
texto se identifica una estructura bastante más compleja. Temas cargados de
ironía, de autoafirmación, de miedo, de duda, entre otros elementos que iremos
destacando. Inicia:
Déjame ver
déjame ver lentamente
sobre que será mi último libro…
Este primer momento, prepara el motivo del libro. Hay una búsqueda desde
el inicio, pero esa búsqueda no es real. Al menos, no son reales las razones
que se aducen en el planteamiento inicial. Pero eso no puede saberse por
completo desde el principio, como escribe el poeta José Ángel Valente sobre la
comunicación en la poesía al poeta no le
interesa lo que la experiencia pueda revelar de constante sujeta a unas leyes,
sino de carácter único, no legislable. (…) de ahí que el proceso (…) sea un
movimiento de indagación.
Se manifiesta a través de una
disertación, misma que se terminará de estructurar en versos posteriores. Ahora
bien, toda disertación como tal, es antes que nada reflexión. Sobre cualquier
tema, pero con sentido ambivalente. En toda reflexión se pueden buscar razones
para afirmar, pero también se las puede buscar para oponerlas, para rebatir un
punto y en la negación afirmar de nuevo. El tercer verso del fragmento citado
culmina en puntos suspensivos, lo que implica que la autora no sabe con certeza
cuál es el tema apropiado, pero el cuarto verso inaugura la ironía. La
disertación continúa, pero ahora se aducen razones patéticas y de reclamo, al
menos de denuncia:
Si sobre tus estertores o el fracaso en la
caricia
déjame pensar
si será un ridículo bolero
Ironía manifiesta, ninguna de las
anteriores es razón contundente para ser motivo del siguiente libro ¿o sí? La
forma de presentarlas las muestra como razones fútiles; pero justo después de
ello, aparece un elemento constante, distinto de los anteriores, colmado de
honestidad y que desvela un plano más profundo de acotación de motivos:
- o sólo una espina
de las
buenas
de las
clavadas hasta lo último de la intimidad
Así, el primer momento del poema se puede dividir en dos partes: i) aquella
donde los motivos que se aducen son de carácter irónico y patético, pero que
además se encuentran en un plano meramente sensible: estertores, fracaso en la
caricia, ridículo bolero. Todos ellos además insuficientes, se sitúan en un
plano de los sentidos, ya del tacto, ya del oído, pero siempre en un plano
sensitivo. ii)A partir del séptimo verso, se deja de acudir a razones meramente
sensibles, se va más allá, se habla de la espina, de la que va hasta lo último
de la intimidad. Recurso literario que sonoramente da un sentido de dirección y
de límite. Intimidad, como zona espiritual reservada de una persona. Razón que
trasciende el plano de los sentidos, que va a un plano más profundo y que – a
diferencia de las primeras – se antoja verdadera. Se pone de manifiesto un
objeto punzante que atraviesa y que es causa:
Mi alma
ahora vuela
canta. Y está muerta.
Minotauro:
me he deshecho al fin de ti.
La intimidad es la llave al alma,
que se eleva, cisne que estremece con su canto en la frontera de la voluntad y
la muerte. Cenzontle que antes de morir eleva su ruego de ave real. Se canta y
se muere. La liberación tiene un precio: la vida. Hay muerte, la propia y a la
vez liberación. Liberación de aquel monstruoso devorador de doncellas que
asfixia, que asesina. Muerte por muerte, pero en ésta última libertad. Y con
ella, auto afirmación, una vez fuera del yugo, se toma conciencia propia:
Soy una
sandalia, danzo, escribo
escribo
todo al borde del universo y los bordes de mi cuerpo
soy
universal
lo sé, lo sé…
¡Tan profundamente!
Mi alma
no tiene límites ni nombres
sagrada
me
despliego
hacia el eterno mar
bañada
Así se integra la trinidad: Alma
devorada-Muerte Liberadora-Afirmación de sí misma. Oficio de sangre que
conforma y confirma. Triunvirato en el que se libera al alma, al precio de la
muerte. Deceso que la libera y afirma en sí misma. Facultad para el propio
reconocimiento: llamarse objeto, acción, escritura. Certeza absoluta de sí
misma que la vuelve universal, etérea en los bordes de su propio cuerpo.
Trasmutación en materia divina, digna, venerable en un espacio y tiempo que no
termina. Y termina aquí el segundo
momento.
El tercer momento se sitúa en un
presente, que a partir de un recuerdo y de una exigencia configura un instante
amargo, que da origen al llanto, que duele, que hace daño y por lo tanto:
Lloro,
sí, lloro
la luna es esplendente
y yo lloro
por ese absurdo libro que exigías.
El dolor está presente, hay algo que
hiere. Esa espina que atraviesa y va hasta lo más profundo sigue clavada. El universo
tiene límites no sólo corpóreos sino temporales, la herida no ha sanado. La
exigencia tiene cuerpo de libro absurdo. El instante doloroso subsiste y con
éste, el llanto. La afirmación de sí misma, alcanzada en ese proceso de
liberación del alma, a pesar de su contundencia aparente, no es definitiva, es
una forma que viene de la muerte y es muerte en sí misma y quien canta la
padece, pues al ser en vida – aún está viva la voz, la herida sigue abierta –
por lo tanto duele y hay llanto.
En este momento me gustaría enlazar
algunos fragmentos de la poesía de José Ángel Valente en su libro Al dios del lugar, que me parecen
oportunos, de manera fragmentaria afirma cómo hay un requerimiento a escribir,
que a su vez lo confirma a sí mismo: Escribo,/escribes
sobre sombra, sobre cuerpo, donde/viene la luz a requerirte oscura./Oscuro es
como la noche el canto.
No hay en el momento de crear, en el
momento presente, un momento diáfano; pero subsiste la poesía; que si bien
oscura, inexorable. Hay un requerimiento que viene de otro sitio y que exige.
Pero a la vez hay un deseo. En la Poeta Hanni Ossott, se manifiesta con
claridad. El deseo de pasar página, de que el suplicio llegue a su fin. Deseo
que en su dolor sólo pueda acudir a razones ajenas, que no le son propias.
Mañana
será otro día – dice Scarlett O’Hara
Pasa la
página – decía mi padre
Inmediatamente después hay un cambio
de actitud, no necesariamente cambio deseado. Sigue anclada en el presente, la
fragata que parte hacia el olvido encallada en la hojarasca del deseo, aún no
ha partido, pero se dibuja al menos el camino a seguir:
Tocaré
la tierra con mis puños
besaré sus resquicios
sus
oquedades
sola, con el gato,
rezaré a un dios
y
elevaré mis plegarias
por
los amigos
los
raros
los
misteriosos
los
que no se entregan a mí
los
que me temen
Hay
muchos libros que vendrán
¡Tanta palabra escrita!
¡Tantos personajes y sus
mitomanías!
¡Tantos temas!
y la luna ilumina para plegar…
- pero no me obligues a leer más…
En los anteriores versos hay una
acción futura, producto inmediato – reacción acaso – del instante del llanto.
Se muestra determinación cargada de soledad, furia y desesperanza. Hay un
clamor. Se busca amparo, elevar una plegaria. Hay dolor, rabia y una petición.
No por sí misma sino por otros, no necesariamente para otros, sino para ella
misma. En la negación de los actos de otros hay una consecuencia inmediata en
sentido positivo para ella. Lo cual ayuda para clarificar porque antes invoca
razones de otros, ajenas, porque en el otro yace un deseo propio. Los que no se
entregan: para que lo hagan; los que la temen: para que dejen de hacerlo. En el
último párrafo de este fragmento, hay una respuesta a la pregunta inicial, a
aquella interrogante indirecta e irónica, a la búsqueda que da nombre al poema.
Habrá muchos libros, pero a un precio: Ausencia de coacción.
Después de haber respondido
finalmente a la pregunta irónica del inicio, de haber desentrañado el sentido
verdadero de la respuesta, la poeta se plantea la pregunta auténtica, aquella
que no posee sentido alguno de ironía y que se dirige a la más elevada
instancia – acaso la última - :
Oh Dios ¿qué soy?
¿qué hijos daré?
¿qué mounstros?
Sólo un grito lánguido
Solitario
Casi como una pena
Se impone
La duda legítima por primera vez
aparece, después de haber descubierto la causa del llanto, después de haber
respondido la pregunta sencilla, asoma la compleja. ¿Saldrán criaturas que
exigen, que clavan espinas hasta lo profundo?¿Soy yo eso? La respuesta no
existe.
Valente de nuevo: La criatura/salida de mis manos/alzo los
ojos ciegos, dijo: (…)/ - ¡Dime, dime!/(pero jamás podrá comprender mi palabra)
De nuevo no hay respuesta y si la
hubiese sería indescifrable. En Hanni Ossott solo hay un grito que se impone.
La fuerza de nuevo aparece y viene de más allá, de la instancia a la que se
acudió y lo abarca todo y lo responde todo. No hay panorama, hay un sonido y es
violento y se impone. Se corona la ausencia. La incertidumbre de lo que se es y
de lo que nacerá de ese ser.
Mis mañanas son tenues
en el perfil de mi ventana
hay un amor
rico
excelente
sin exigencias de libros.
No, hoy no quiero
leer ni escribir
sólo quiero nadificar
o pensar holgadamente y a nadificar de
nuevo.
La calma vuelve después del
exorcismo, se vuelve al presente cercano, se posiciona el punto de equilibrio,
aquel donde hay amor, sin coacciones, sin exigencias de libros. Sin exigencia
alguna. La culminación de la liberación verdadera, sin muerte, la que
transcurre sin tener que rendir cuentas a nadie. Sin imposturas. De mañana, un
amor sin exigencias.
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La
flor ganada es un poema construido en lenguaje coloquial; pero cargado de
elementos significativos, que indudablemente podrá ser abordado de múltiples
formas, he aquí sólo una de ellas:
Escalo montañas
Soy una alpinista
En búsqueda de la prístina flor
Edelweiss
Nuevamente en el motivo la búsqueda.
Ya no de una respuesta en el sentido de un período, de un panorama, sino que se
ha materializado en un objeto: Una flor. No cualquiera, la prístina flor, la
primigenia, la vuelta al origen. Distingue uno de los elementos constitutivos
del mito: el de memoria primordial. Y
la combina con un reto y deseo personal que se confunde entre aspiración y
logro personal de ascender hasta un olimpo, sitio de dioses, digno sólo de
ellos – en este caso de ella: Una Diosa – vino que se torna sangre y levadura
que se hace cuerpo:
Mi ansia es un cielo alto
rocoso
pleno de dioses
Mi amor
mi amor
mi amor
es una
utopía
Aún aquí, subsiste algo
inalcanzable, el amor. Hay una referencia al origen y a lo inalcanzable aquello
que Mircea Eliade describe como acontecimiento
primordial.
Función fundacional y legitimadora. Es decir, la reconciliación con aquello
originario previo a nuestra propia existencia. Necesidad de dar, de darse en
explicaciones totalizadoras para convencernos de que es necesario cambiar de
dirección; nostalgia del absoluto en
términos de Steiner. Toda la tarea se inicia con una aspiración sustentada en
el mito, es un afán de dar sentido, es la lucha contra el sin sentido:
-
Edelweiss
la
florecilla apasionada
entreverada
entre las rocas
cada
paso de mis brazos y mis piernas
es un
llamado
cada resbalón,
una pérdida
sudo
me
acuerpo
miro
hacia el vértigo
y trato
de no mirar.
Asciendo,
asciendo hacia la flor
y
cuando allí está
la
arranco
y la
guardo en mi bolsillo como esperanza
Y
una vez colmado el deseo, una vez que se ha caminado por donde sólo las
divinidades lo hacen, se regresa a otro punto de origen, más carnal, más
inmediato; pero…el amor, el amor es utópico, es inalcanzable, entregar la flor,
el producto de ese trayecto triunfal. Es el reconocimiento de que aunque la
condición divina ha sido alcanzada, al menos durante un breve tiempo, la carne
y el deseo nos arrastran, subsiste el deseo, la voluntad de compartir el premio
obtenido, pero ¿quién? No hay certeza de nuevo, no se sabe a quién ofrecerla,
pero el deseo de hacerlo está vigente. No hay afirmación contundente que lo
establezca, pero sí la pregunta:
Luego
viene el descenso
¿quién
merece la flor?
¿qué
hombre la merece?
Buena pregunta. ¿Qué más se puede
decir?
Situada desde la fragmentación Hanni
Ossott, altamente deliberada, pero nunca ajena a la experiencia estética,
plasma con sentido una forma más de la existencia.
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Salamanca,
España-Mexicali, BC, México
Invierno
2013